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sábado, 10 de mayo de 2014

.- EL EXTASIS DE TOM .- 3 (PARTE 1 y 2)

CAP 3 (PARTE 1)
Christa Peterson había tenido una infancia privilegiada. No había nada que justificara su maldad. Sus padres tenían un matrimonio feliz. Se amaban y querían con locura a su única hija. Su padre era un respetado oncólogo de Toronto. Su madre, bibliotecaria, trabajaba en Havergal College, un colegio privado femenino al que Christa había ido desde pequeña hasta terminar su educación primaria.
Christa también había asistido a catequesis. Fue confirmada en la Iglesia anglicana y estudió el Libro de Oración Común de Thomas Cranmer, pero ninguna de esas cosas las hizo con el corazón. A los quince años, descubrió el enorme poder de la sexualidad femenina. Y, desde entonces, convirtió la suya no sólo en moneda de cambio habitual, sino en su arma favorita.
Su mejor amiga, Lisa Malcolm, tenía un hermano mayor llamado Brent. Brent era guapo. No muy distinto de muchos otros estudiantes del Upper Canada College, un colegio privado masculino al que acudían los hijos de las buenas familias canadienses. Era alto, fuerte, de pelo rubio y ojos azules. Remaba en el equipo de la Universidad de Toronto y podría haber aparecido en un anuncio.
Christa lo admiraba en secreto, ya que los cuatro años que se llevaban la hacían invisible para él. Hasta que una noche en que se había quedado a dormir en casa de Lisa, se lo encontró cuando iba al lavabo. Brent se quedó impresionado por la larga melena oscura de Christa, sus enormes ojos castaños y sus incipientes curvas.
La besó con delicadeza en el pasillo y le acarició un pecho. Luego le dio la mano y la invitó a su habitación.
Tras media hora de tocarse por encima de la ropa, Brent estaba más que listo para llevar las cosas más lejos. Christa dudaba, porque era virgen, así que él empezó a hacerle promesas: regalos, citas románticas y, finalmente, un reloj de acero inoxidable Baume & Mercier que le habían regalado sus padres al cumplir los dieciocho años.
Ella ya se había fijado en su reloj y sabía que para Brent era como un tesoro. De hecho, casi le apetecía más conseguir el reloj que conseguirlo a él.
Brent le puso el reloj en la muñeca y ella se lo quedó mirando, maravillada por la frialdad del acero contra su piel y por la facilidad con que se deslizaba por su esbelto antebrazo. Era un símbolo, una muestra de que él la deseaba con tanta intensidad que era capaz de desprenderse de una de sus posesiones más preciadas.
La hacía sentir deseada. Y poderosa.
—Eres preciosa —susurró Brent—. No te haré daño, pero te necesito ahora. Te prometo que te gustará.
Christa sonrió y dejó que la tumbara sobre su estrecha cama como si fuera la víctima de algún sacrificio inca. En ese altar sacrificó su virginidad a cambio de un reloj de tres mil dólares.
Brent cumplió su palabra. Fue delicado. Se tomó su tiempo. La besó y le exploró la boca con suavidad. Rindió homenaje a sus pechos. La preparó con los dedos y comprobó que estuviera lista. Al penetrarla también fue cuidadoso. No hubo sangre. Sus grandes manos le acariciaron las caderas mientras le susurraba al oído que se relajara, hasta que acabó logrando que la incomodidad desapareciera por completo.
A Christa le gustó. Se sintió hermosa y especial. Y, al acabar, Brent la abrazó toda la noche ya que, aunque se dejaba llevar por sus apetitos carnales, no era mala persona.
A lo largo de los tres años siguientes, repetirían la experiencia muchas veces, a pesar de que ambos tenían otras relaciones. Antes de estar con ella, Brent siempre le hacía un regalo.
Luego llegó el señor Woolworth, el profesor de matemáticas de primero de bachillerato. Los encuentros con Brent le habían enseñado a Christa mucho sobre los deseos y necesidades de los hombres. Sabía cómo jugar con ellos, cómo provocarlos y conseguir lo que quería.
Provocó sin piedad al señor Woolworth hasta que éste se derrumbó y le rogó que se reuniera con él en un hotel después de clase. A Christa le gustaba que los hombres le rogaran.
En su sencilla habitación de hotel, el profesor la sorprendió regalándole un collar de plata de Tiffany.
Tras ponerle la joya alrededor del cuello, la besó suavemente. Christa permitió que explorara su cuerpo durante horas, hasta que se durmió exhausto y saciado.
No era tan atractivo como Brent, pero era un amante más experto. Por cada nuevo regalo, Christa permitía que la tocara de maneras nuevas y viejas. Cuando ella se mudó a Quebec para estudiar en la Bishop’s University, tenía una buena cantidad de joyas y de experiencia en relaciones sexuales. Además, era muy consciente de que el papel de devoradora de hombres se le adaptaba como un guante.
Cuando viajó a Europa para hacer un máster en estudios renacentistas en la Università degli Studi di Firenze, su patrón de conducta estaba muy afianzado. Prefería a hombres mayores que ella y que ocuparan una posición de poder. Las aventuras clandestinas la excitaban, cuanto más imposibles, mejor.
Durante dos años, había tratado de seducir a un sacerdote de la catedral de Florencia y, justo antes de graduarse, lo había logrado. El religioso la tomó en la humilde cama de su diminuto apartamento, pero antes le entregó un pequeño icono pintado por Giotto. Su valor era incalculable, pero como dijo Christa, también lo era el de ella.
Christa no tenía inconveniente en permitir que los hombres poseyeran su cuerpo, pero esa posesión tenía un precio. Y siempre había logrado a los hombres que había querido.
Hasta aquel momento.
Durante su primer año de cursos de doctorado en la Universidad de Toronto, había conocido al profesor Tom J. Kaulitz. Era sin duda el hombre más sensual y atractivo que había visto nunca. Y exudaba sexualidad por todos sus poros. Christa casi podía olerla.
Lo había observado mientras iba «de caza» a su local favorito. Se había fijado en cómo vigilaba sigilosamente a sus presas, en cómo se acercaba a ellas y en cómo éstas respondían. Lo había estudiado con el mismo empeño con que había estudiado italiano. Y, tras sacar sus conclusiones, pasó a la acción.
Pero él la había rechazado. Nunca le miraba el cuerpo, sólo la miraba a los ojos con frialdad, como si ni siquiera se diera cuenta de que estaba hablando con una mujer.
Christa empezó a vestirse de manera más provocativa, pero tampoco le sirvió de nada. Seguía sin mirarla por debajo del cuello.
Trató de ser dulce y modesta y él reaccionó con impaciencia.
Le preparó galletas y le dejó fiambreras con manjares en su casillero del departamento, fiambreras que permanecieron allí durante semanas, hasta que la señora Jenkins, la secretaria del departamento, las tiró a la basura, preocupada por el olor.
Cuanto más la rechazaba el profesor Kaulitz, más lo deseaba ella. Y cuanto más se obsesionaba con conseguirlo, menos se acordaba de los regalos. Se habría
entregado a él gratuitamente si la hubiera mirado con deseo una sola vez.
Pero no lo hizo.
Así que, en el otoño de 2009, cuando tuvo la oportunidad de quedar con él en un Starbucks para hablar sobre su proyecto de tesis, estaba decidida a conseguir que la reunión se alargara y se transformara en una cena y, más tarde, en una visita al Lobby, la discoteca. Se comportaría como una auténtica señorita, pero sin olvidarse de su aspecto físico. La combinación no podía fallar.
Se preparó para la reunión gastándose seiscientos dólares en una combinación negra Bordelle, su marca de lencería favorita, con medias negras y liguero a juego. No le gustaban las medias enteras, tipo panty. Prefería llevar medias hasta el muslo, sujetas con liguero. Cada vez que cruzaba las piernas y notaba la caricia de éste, se excitaba. Se preguntó qué sentiría cuando el profesor se lo soltara, preferiblemente con los dientes.
Por desgracia para Christa, Paul y _____ habían decidido ir también al Starbucks ese mismo día. A Christa no le cupo duda de que si se pasaba de la raya, sus compañeros tomarían nota de todo. Y de que el profesor se comportaría de un modo más profesional al verlos.
Por eso se enfrentó a ellos, furiosa. Quería que se sintieran tan incómodos que decidieran marcharse antes de que llegara Kaulitz. Hizo todo lo posible, pero su intento de intimidar a sus compañeros le salió muy mal. Por otra parte, el profesor llegó antes de lo esperado y la oyó.
—Señorita Peterson. —Tom señaló una mesa vacía en el otro extremo del local e hizo un gesto para que lo siguiera.
—Profesor Kaulitz, le he comprado un café con leche grande, con la leche desnatada. —Trató de dárselo, pero él lo rechazó con un gesto impaciente de la mano.
—Sólo los bárbaros toman café con leche después del desayuno. ¿No ha estado nunca en Italia? Además, señorita Peterson, la leche desnatada es para gilipollas. O para chicas gordas.
Dándole la espalda, se dirigió al mostrador para pedirse un café, mientras Christa trataba de disimular la rabia y la humillación.
«Maldita seas, ______. Todo es culpa tuya. Tuya y de ese monje que tienes como amigo.»
Se sentó en la silla que el profesor le había señalado, sintiéndose casi derrotada antes de empezar. Casi. Desde su nueva posición tenía una vista privilegiada del culo del profesor Kaulitz, cubierto por unos pantalones grises de franela. Sus nalgas le recordaban a dos medias manzanas. Dos manzanas maduras y deliciosas.
Quería darles un mordisco.

CAP 3 (PARTE 2)
Por fin, él regresó con su maldito café. Se sentó tan lejos de ella como pudo y le dirigió una mirada severa.
—Tenemos que hablar de su comportamiento, pero antes me gustaría dejar una cosa muy clara. Si he accedido a reunirme aquí con usted ha sido porque me apetecía tomar café. En el futuro, cualquier tema que tengamos que tratar, lo haremos en el departamento, como siempre. Sus transparentes intentos de transformar las reuniones en citas no tendrán ningún éxito. ¿Queda claro?
—Sí, señor.
—Una palabra mía y se encontrará teniendo que buscar un nuevo director de tesis. —Carraspeó—. En el futuro, diríjase a mí como profesor Kaulitz, incluso cuando hable de mí en tercera persona. ¿Entendido?
—Sí, profesor Kaulitz.
«Oh, profesor Kaulitz, no se imagina las ganas que tengo de decir su nombre. De gritar su nombre para ser más exactos. ¡Profesor, profesor, profesor!»
—Además, se abstendrá de hacer comentarios sobre los demás alumnos, en especial sobre la señorita Mitchell. ¿Está claro?
—Muy claro.
Christa estaba empezando a enfadarse en serio, pero se guardó sus emociones. La culpa de todo era de _____. Tenía que echarla del seminario como fuera, pero no sabía cómo. Todavía.
—Por último, si alguna vez me oye hacer algún comentario sobre algún compañero o alguna persona ligada al programa de doctorado, los considerará estrictamente confidenciales y no los repetirá delante de nadie. En caso contrario, ya puede irse buscando otro director de tesis. ¿Cree que es lo bastante inteligente como para cumplir estas sencillas instrucciones?
—Sí, profesor.
Christa se irritó ante la condescendencia de su tono, pero lo cierto era que su brusquedad le resultaba excitante. Quería provocarlo hasta acabar con su mal humor. Seducirlo para que le hiciera cosas que no se podían decir en voz alta...
—Si vuelve a dirigirse a un alumno en esos términos, tendré que hablar con el profesor Martin, el jefe del departamento. Supongo que está al corriente de las normas que regulan el comportamiento de los estudiantes. Y no hace falta que le recuerde la prohibición de hacer novatadas, ¿me equivoco?
—No le estaba gastando ninguna novatada a _____. Sólo...
—Nada de excusas. Y dudo que la señorita Mitchell le haya dado permiso para que use su nombre de pila. Diríjase a ella con el debido respeto o no la nombre.
Christa agachó la cabeza. Ese tipo de amenazas no tenían nada de sexy. Había trabajado duro para entrar en el programa de doctorado de la Universidad de Toronto y no quería dejar escapar la oportunidad de acabar sus estudios de manera brillante. Y menos por culpa de una patética putita que tenía un rollo con el ayudante del profesor.
Tom se dio cuenta de su reacción, pero no dijo nada mientras bebía su expreso a pequeños sorbos. No sentía ningún tipo de remordimientos y se estaba preguntando qué más podría decirle para hacerla llorar.
—Estoy seguro de que está al corriente de las políticas de la universidad relativas al acoso. Es una política que funciona en las dos direcciones. Si un profesor se siente acosado por un alumno o alumna, puede interponer una denuncia contra éste. Si se pasa de la raya una vez más, señorita Peterson, la llevaré a rastras a la oficina del decano. ¿Me he explicado bien?
Christa alzó la cabeza y lo miró con ojos muy abiertos y asustados.
—Pero yo... pensaba que nosotros...
—Pero ¡nada! —exclamó Tom—. A menos que esté mal de la cabeza, se dará cuenta de que ese «nosotros» no existe. No voy a repetirlo. Ya sabe qué terreno pisa.
Tom echó un vistazo en dirección a _____ y Paul.
—Y ahora que ya nos hemos sacado de encima la charla de cortesía, me gustaría darle mi opinión sobre su última propuesta de proyecto de tesis. Es una birria. En primer lugar, el tema está muy trillado. En segundo, no hay ni una sola reseña que sea literariamente adecuada. Si no puede solucionar estos temas, le recomiendo que se busque otro director de tesis. Si prefiere entregarme una versión revisada, deberá hacerlo antes de dos semanas. Y ahora, si me disculpa, tengo una reunión con alguien digno de mi tiempo. Buenas tardes.
Y se marchó del Starbucks bruscamente, dejando a Christa conmocionada, mirando al vacío.
Había escuchado sus palabras, pero su mente había seguido trabajando, centrada en otras cosas. Vengarse de _____ era una prioridad. No sabía qué iba a hacer para
conseguirlo, ni cuándo, pero metafóricamente hablando, iba a clavarle un cuchillo a esa zorra e iba a cortarla en cachitos (también metafóricamente).
En segundo lugar, iba a tener que reescribir la propuesta de tesis y que ganarse la aprobación académica del profesor Kaulitz.
Y, en tercer lugar, iba a tener que redoblar sus esfuerzos de seducción. Ahora que había visto al profesor Kaulitz enfadado, no había nada en el mundo que le apeteciera más que verlo enfadado con ella... pero desnudo. Iba a hacer que cambiara de opinión. Iba a derribar sus barreras. Un día lo vería de rodillas, rogándole, y entonces...
Evidentemente, los tacones y la lencería de Bordelle no eran suficiente. Christa iba a tener que hacer una visita a Holt Renfrew para comprarse un vestido nuevo. Algo europeo. Muy sexy. Algo de Versace.

Luego iría al Lobby y pondría su tercer plan en marcha.





HOLA!! BUENO PRIMERO QUE NADA ... FELICIDADES A TODAS LAS MAMA :D DE USTEDES CLARO xD .. BUENO, EN ESTE CAPS ESTA MAS BIEN DIRIGIDO A CRHISTA ... OK .. LA MALILLA DE LA HISTORIA, ELLA TIENE MUCHO QUE VER EN ESTA HISTORIA Y SI LA ODIAN DESPUES LA ODIARAN MAS ... JAJAJA ... BUENO ME DESPIDO, YA SABEN, SI VEO 4 O MAS COMENTARIOS LES AGREGO SINO NO ... ADIOS 

4 comentarios:

  1. Muchas gracias virgiii igual para tu mami, :O Crhista es muy mala bueh Tom fue frio y claro con ella, el tiene mucha razón pero x lo q veo ella le hará la vida imposible a Tom y (Tn) me imagino q armara un plan para separar a Tom de (Tn) jajaja ya me muero x saber q sera.. bueh no todo es color rosa así q me imagino q (Tn) y Tom sufrirán x culpa de Crhista esa malvada.. sube pronto pleasee estoy muy intrigada x saber q pasara en el proximo cap!!!

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  2. Sii estoy segura Crista se enterara de Tom y (tn) gracias a ese profesor que tenia..
    Pero esta chica es prostituta no recibe donero pero si objetos hasta hizo pecar a un padre!!

    Esta muy interesanteee!! Siguelaa

    Gracias Virgi saludos a tu mami :D

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  3. Madre mia, pero esa chica es una arpiaaaa, si yo pienso que se va a enterar y los va a hacer pasarlasla mal a _______ y tomy, siguelaaa porfis

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  4. Ay coño x.x esto me huele a peligro
    ya quiero ver mas *-*

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