CAP
3 (PARTE 1)
Christa Peterson
había tenido una infancia privilegiada. No había nada que justificara su
maldad. Sus padres tenían un matrimonio feliz. Se amaban y querían con locura a
su única hija. Su padre era un respetado oncólogo de Toronto. Su madre,
bibliotecaria, trabajaba en Havergal College, un colegio privado femenino al
que Christa había ido desde pequeña hasta terminar su educación primaria.
Christa también
había asistido a catequesis. Fue confirmada en la Iglesia anglicana y estudió
el Libro de Oración Común de Thomas Cranmer, pero ninguna de esas cosas las
hizo con el corazón. A los quince años, descubrió el enorme poder de la
sexualidad femenina. Y, desde entonces, convirtió la suya no sólo en moneda de
cambio habitual, sino en su arma favorita.
Su mejor amiga,
Lisa Malcolm, tenía un hermano mayor llamado Brent. Brent era guapo. No muy
distinto de muchos otros estudiantes del Upper Canada College, un colegio
privado masculino al que acudían los hijos de las buenas familias canadienses.
Era alto, fuerte, de pelo rubio y ojos azules. Remaba en el equipo de la
Universidad de Toronto y podría haber aparecido en un anuncio.
Christa lo
admiraba en secreto, ya que los cuatro años que se llevaban la hacían invisible
para él. Hasta que una noche en que se había quedado a dormir en casa de Lisa,
se lo encontró cuando iba al lavabo. Brent se quedó impresionado por la larga
melena oscura de Christa, sus enormes ojos castaños y sus incipientes curvas.
La besó con delicadeza
en el pasillo y le acarició un pecho. Luego le dio la mano y la invitó a su
habitación.
Tras media hora
de tocarse por encima de la ropa, Brent estaba más que listo para llevar las
cosas más lejos. Christa dudaba, porque era virgen, así que él empezó a hacerle
promesas: regalos, citas románticas y, finalmente, un reloj de acero inoxidable
Baume & Mercier que le habían regalado sus padres al cumplir los dieciocho
años.
Ella ya se había
fijado en su reloj y sabía que para Brent era como un tesoro. De hecho, casi le
apetecía más conseguir el reloj que conseguirlo a él.
Brent le puso el
reloj en la muñeca y ella se lo quedó mirando, maravillada por la frialdad del
acero contra su piel y por la facilidad con que se deslizaba por su esbelto
antebrazo. Era un símbolo, una muestra de que él la deseaba con tanta
intensidad que era capaz de desprenderse de una de sus posesiones más
preciadas.
La hacía sentir
deseada. Y poderosa.
—Eres preciosa
—susurró Brent—. No te haré daño, pero te necesito ahora. Te prometo que te
gustará.
Christa sonrió y
dejó que la tumbara sobre su estrecha cama como si fuera la víctima de algún
sacrificio inca. En ese altar sacrificó su virginidad a cambio de un reloj de
tres mil dólares.
Brent cumplió su
palabra. Fue delicado. Se tomó su tiempo. La besó y le exploró la boca con
suavidad. Rindió homenaje a sus pechos. La preparó con los dedos y comprobó que
estuviera lista. Al penetrarla también fue cuidadoso. No hubo sangre. Sus
grandes manos le acariciaron las caderas mientras le susurraba al oído que se
relajara, hasta que acabó logrando que la incomodidad desapareciera por
completo.
A Christa le
gustó. Se sintió hermosa y especial. Y, al acabar, Brent la abrazó toda la
noche ya que, aunque se dejaba llevar por sus apetitos carnales, no era mala
persona.
A lo largo de
los tres años siguientes, repetirían la experiencia muchas veces, a pesar de
que ambos tenían otras relaciones. Antes de estar con ella, Brent siempre le
hacía un regalo.
Luego llegó el
señor Woolworth, el profesor de matemáticas de primero de bachillerato. Los
encuentros con Brent le habían enseñado a Christa mucho sobre los deseos y
necesidades de los hombres. Sabía cómo jugar con ellos, cómo provocarlos y
conseguir lo que quería.
Provocó sin
piedad al señor Woolworth hasta que éste se derrumbó y le rogó que se reuniera
con él en un hotel después de clase. A Christa le gustaba que los hombres le
rogaran.
En su sencilla
habitación de hotel, el profesor la sorprendió regalándole un collar de plata
de Tiffany.
Tras ponerle la joya
alrededor del cuello, la besó suavemente. Christa permitió que explorara su
cuerpo durante horas, hasta que se durmió exhausto y saciado.
No era tan
atractivo como Brent, pero era un amante más experto. Por cada nuevo regalo,
Christa permitía que la tocara de maneras nuevas y viejas. Cuando ella se mudó
a Quebec para estudiar en la Bishop’s University, tenía una buena cantidad de
joyas y de experiencia en relaciones sexuales. Además, era muy consciente de
que el papel de devoradora de hombres se le adaptaba como un guante.
Cuando viajó a
Europa para hacer un máster en estudios renacentistas en la Università degli
Studi di Firenze, su patrón de conducta estaba muy afianzado. Prefería a
hombres mayores que ella y que ocuparan una posición de poder. Las aventuras
clandestinas la excitaban, cuanto más imposibles, mejor.
Durante dos
años, había tratado de seducir a un sacerdote de la catedral de Florencia y,
justo antes de graduarse, lo había logrado. El religioso la tomó en la humilde
cama de su diminuto apartamento, pero antes le entregó un pequeño icono pintado
por Giotto. Su valor era incalculable, pero como dijo Christa, también lo era
el de ella.
Christa no tenía
inconveniente en permitir que los hombres poseyeran su cuerpo, pero esa
posesión tenía un precio. Y siempre había logrado a los hombres que había
querido.
Hasta aquel
momento.
Durante su
primer año de cursos de doctorado en la Universidad de Toronto, había conocido
al profesor Tom J. Kaulitz. Era sin duda el hombre más sensual y atractivo que
había visto nunca. Y exudaba sexualidad por todos sus poros. Christa casi podía
olerla.
Lo había
observado mientras iba «de caza» a su local favorito. Se había fijado en cómo
vigilaba sigilosamente a sus presas, en cómo se acercaba a ellas y en cómo
éstas respondían. Lo había estudiado con el mismo empeño con que había
estudiado italiano. Y, tras sacar sus conclusiones, pasó a la acción.
Pero él la había
rechazado. Nunca le miraba el cuerpo, sólo la miraba a los ojos con frialdad,
como si ni siquiera se diera cuenta de que estaba hablando con una mujer.
Christa empezó a
vestirse de manera más provocativa, pero tampoco le sirvió de nada. Seguía sin
mirarla por debajo del cuello.
Trató de ser
dulce y modesta y él reaccionó con impaciencia.
Le preparó
galletas y le dejó fiambreras con manjares en su casillero del departamento,
fiambreras que permanecieron allí durante semanas, hasta que la señora Jenkins,
la secretaria del departamento, las tiró a la basura, preocupada por el olor.
Cuanto más la
rechazaba el profesor Kaulitz, más lo deseaba ella. Y cuanto más se obsesionaba
con conseguirlo, menos se acordaba de los regalos. Se habría
entregado a él
gratuitamente si la hubiera mirado con deseo una sola vez.
Pero no lo hizo.
Así que, en el
otoño de 2009, cuando tuvo la oportunidad de quedar con él en un Starbucks para
hablar sobre su proyecto de tesis, estaba decidida a conseguir que la reunión
se alargara y se transformara en una cena y, más tarde, en una visita al Lobby,
la discoteca. Se comportaría como una auténtica señorita, pero sin olvidarse de
su aspecto físico. La combinación no podía fallar.
Se preparó para
la reunión gastándose seiscientos dólares en una combinación negra Bordelle, su
marca de lencería favorita, con medias negras y liguero a juego. No le gustaban
las medias enteras, tipo panty. Prefería llevar medias hasta el muslo, sujetas
con liguero. Cada vez que cruzaba las piernas y notaba la caricia de éste, se
excitaba. Se preguntó qué sentiría cuando el profesor se lo soltara,
preferiblemente con los dientes.
Por desgracia
para Christa, Paul y _____ habían decidido ir también al Starbucks ese mismo
día. A Christa no le cupo duda de que si se pasaba de la raya, sus compañeros
tomarían nota de todo. Y de que el profesor se comportaría de un modo más profesional
al verlos.
Por eso se
enfrentó a ellos, furiosa. Quería que se sintieran tan incómodos que decidieran
marcharse antes de que llegara Kaulitz. Hizo todo lo posible, pero su intento
de intimidar a sus compañeros le salió muy mal. Por otra parte, el profesor
llegó antes de lo esperado y la oyó.
—Señorita
Peterson. —Tom señaló una mesa vacía en el otro extremo del local e hizo un
gesto para que lo siguiera.
—Profesor
Kaulitz, le he comprado un café con leche grande, con la leche desnatada.
—Trató de dárselo, pero él lo rechazó con un gesto impaciente de la mano.
—Sólo los
bárbaros toman café con leche después del desayuno. ¿No ha estado nunca en
Italia? Además, señorita Peterson, la leche desnatada es para gilipollas. O
para chicas gordas.
Dándole la espalda,
se dirigió al mostrador para pedirse un café, mientras Christa trataba de
disimular la rabia y la humillación.
«Maldita seas,
______. Todo es culpa tuya. Tuya y de ese monje que tienes como amigo.»
Se sentó en la
silla que el profesor le había señalado, sintiéndose casi derrotada antes de
empezar. Casi. Desde su nueva posición tenía una vista privilegiada del culo
del profesor Kaulitz, cubierto por unos pantalones grises de franela. Sus
nalgas le recordaban a dos medias manzanas. Dos manzanas maduras y deliciosas.
Quería darles un
mordisco.
CAP
3 (PARTE 2)
Por fin, él
regresó con su maldito café. Se sentó tan lejos de ella como pudo y le dirigió
una mirada severa.
—Tenemos que
hablar de su comportamiento, pero antes me gustaría dejar una cosa muy clara.
Si he accedido a reunirme aquí con usted ha sido porque me apetecía tomar café.
En el futuro, cualquier tema que tengamos que tratar, lo haremos en el
departamento, como siempre. Sus transparentes intentos de transformar las
reuniones en citas no tendrán ningún éxito. ¿Queda claro?
—Sí, señor.
—Una palabra mía
y se encontrará teniendo que buscar un nuevo director de tesis. —Carraspeó—. En
el futuro, diríjase a mí como profesor Kaulitz, incluso cuando hable de mí en
tercera persona. ¿Entendido?
—Sí, profesor
Kaulitz.
«Oh, profesor
Kaulitz, no se imagina las ganas que tengo de decir su nombre. De gritar su
nombre para ser más exactos. ¡Profesor, profesor, profesor!»
—Además, se
abstendrá de hacer comentarios sobre los demás alumnos, en especial sobre la
señorita Mitchell. ¿Está claro?
—Muy claro.
Christa estaba
empezando a enfadarse en serio, pero se guardó sus emociones. La culpa de todo
era de _____. Tenía que echarla del seminario como fuera, pero no sabía cómo.
Todavía.
—Por último, si
alguna vez me oye hacer algún comentario sobre algún compañero o alguna persona
ligada al programa de doctorado, los considerará estrictamente confidenciales y
no los repetirá delante de nadie. En caso contrario, ya puede irse buscando
otro director de tesis. ¿Cree que es lo bastante inteligente como para cumplir
estas sencillas instrucciones?
—Sí, profesor.
Christa se
irritó ante la condescendencia de su tono, pero lo cierto era que su brusquedad
le resultaba excitante. Quería provocarlo hasta acabar con su mal humor. Seducirlo
para que le hiciera cosas que no se podían decir en voz alta...
—Si vuelve a
dirigirse a un alumno en esos términos, tendré que hablar con el profesor
Martin, el jefe del departamento. Supongo que está al corriente de las normas
que regulan el comportamiento de los estudiantes. Y no hace falta que le
recuerde la prohibición de hacer novatadas, ¿me equivoco?
—No le estaba gastando
ninguna novatada a _____. Sólo...
—Nada de
excusas. Y dudo que la señorita Mitchell le haya dado permiso para que use su
nombre de pila. Diríjase a ella con el debido respeto o no la nombre.
Christa agachó
la cabeza. Ese tipo de amenazas no tenían nada de sexy. Había trabajado duro
para entrar en el programa de doctorado de la Universidad de Toronto y no
quería dejar escapar la oportunidad de acabar sus estudios de manera brillante.
Y menos por culpa de una patética putita que tenía un rollo con el ayudante del
profesor.
Tom se dio
cuenta de su reacción, pero no dijo nada mientras bebía su expreso a pequeños
sorbos. No sentía ningún tipo de remordimientos y se estaba preguntando qué más
podría decirle para hacerla llorar.
—Estoy seguro de
que está al corriente de las políticas de la universidad relativas al acoso. Es
una política que funciona en las dos direcciones. Si un profesor se siente
acosado por un alumno o alumna, puede interponer una denuncia contra éste. Si
se pasa de la raya una vez más, señorita Peterson, la llevaré a rastras a la
oficina del decano. ¿Me he explicado bien?
Christa alzó la
cabeza y lo miró con ojos muy abiertos y asustados.
—Pero yo...
pensaba que nosotros...
—Pero ¡nada! —exclamó
Tom—. A menos que esté mal de la cabeza, se dará cuenta de que ese «nosotros»
no existe. No voy a repetirlo. Ya sabe qué terreno pisa.
Tom echó un
vistazo en dirección a _____ y Paul.
—Y ahora que ya
nos hemos sacado de encima la charla de cortesía, me gustaría darle mi opinión
sobre su última propuesta de proyecto de tesis. Es una birria. En primer lugar,
el tema está muy trillado. En segundo, no hay ni una sola reseña que sea
literariamente adecuada. Si no puede solucionar estos temas, le recomiendo que
se busque otro director de tesis. Si prefiere entregarme una versión revisada,
deberá hacerlo antes de dos semanas. Y ahora, si me disculpa, tengo una reunión
con alguien digno de mi tiempo. Buenas tardes.
Y se marchó del
Starbucks bruscamente, dejando a Christa conmocionada, mirando al vacío.
Había escuchado
sus palabras, pero su mente había seguido trabajando, centrada en otras cosas.
Vengarse de _____ era una prioridad. No sabía qué iba a hacer para
conseguirlo, ni
cuándo, pero metafóricamente hablando, iba a clavarle un cuchillo a esa zorra e
iba a cortarla en cachitos (también metafóricamente).
En segundo
lugar, iba a tener que reescribir la propuesta de tesis y que ganarse la
aprobación académica del profesor Kaulitz.
Y, en tercer
lugar, iba a tener que redoblar sus esfuerzos de seducción. Ahora que había
visto al profesor Kaulitz enfadado, no había nada en el mundo que le apeteciera
más que verlo enfadado con ella... pero desnudo. Iba a hacer que cambiara de
opinión. Iba a derribar sus barreras. Un día lo vería de rodillas, rogándole, y
entonces...
Evidentemente,
los tacones y la lencería de Bordelle no eran suficiente. Christa iba a tener
que hacer una visita a Holt Renfrew para comprarse un vestido nuevo. Algo
europeo. Muy sexy. Algo de Versace.
Luego iría al Lobby y pondría su tercer
plan en marcha.
HOLA!! BUENO PRIMERO QUE NADA ... FELICIDADES A TODAS LAS MAMA :D DE USTEDES CLARO xD .. BUENO, EN ESTE CAPS ESTA MAS BIEN DIRIGIDO A CRHISTA ... OK .. LA MALILLA DE LA HISTORIA, ELLA TIENE MUCHO QUE VER EN ESTA HISTORIA Y SI LA ODIAN DESPUES LA ODIARAN MAS ... JAJAJA ... BUENO ME DESPIDO, YA SABEN, SI VEO 4 O MAS COMENTARIOS LES AGREGO SINO NO ... ADIOS
Muchas gracias virgiii igual para tu mami, :O Crhista es muy mala bueh Tom fue frio y claro con ella, el tiene mucha razón pero x lo q veo ella le hará la vida imposible a Tom y (Tn) me imagino q armara un plan para separar a Tom de (Tn) jajaja ya me muero x saber q sera.. bueh no todo es color rosa así q me imagino q (Tn) y Tom sufrirán x culpa de Crhista esa malvada.. sube pronto pleasee estoy muy intrigada x saber q pasara en el proximo cap!!!
ResponderBorrarSii estoy segura Crista se enterara de Tom y (tn) gracias a ese profesor que tenia..
ResponderBorrarPero esta chica es prostituta no recibe donero pero si objetos hasta hizo pecar a un padre!!
Esta muy interesanteee!! Siguelaa
Gracias Virgi saludos a tu mami :D
Madre mia, pero esa chica es una arpiaaaa, si yo pienso que se va a enterar y los va a hacer pasarlasla mal a _______ y tomy, siguelaaa porfis
ResponderBorrarAy coño x.x esto me huele a peligro
ResponderBorrarya quiero ver mas *-*