CAP 42
_____ se enterró en sus libros
durante los días siguientes, preparándose para su entrevista con la profesora
Marinelli. Ésta era la invitada de honor de la fastuosa recepción en la que se
conocieron, por lo que su primera toma de contacto fue breve aunque muy
cordial. La profesora Marinelli aún se estaba instalando, pero reconoció el
nombre de ____ gracias a la recomendación de la profesora Picton y le propuso
verse para tomar un café en julio.
Ella volvió a casa envuelta en
una nube de optimismo. Se sentía tan feliz que pensó que sería un buen momento
para acometer la misión que había estado evitando desde que llegó: desembalar
los libros y colocarlos en las estanterías de su pequeño apartamento. Hasta esa
noche, había estado sacando los que necesitaba de la biblioteca, pero ver las
cajas en el suelo la ponía nerviosa.
El proceso le llevó más tiempo
del que había supuesto. No había acabado de ordenar ni un tercio de los
volúmenes cuando sintió hambre, así que fue a su restaurante tailandés a
encargar comida para llevar.
Dos días más tarde, el 30 de
junio, había llegado por fin a la última caja. Tras una velada muy agradable
con Zsuzsa y otros estudiantes en el Grendel’s Den, volvió a casa decidida a
acabar de clasificar los libros.
Empezó a colocarlos
alfabéticamente, hasta que llegó al último libro de la última caja: El
matrimonio en la Edad Media: amor, sexo y lo sagrado, publicado por la
Oxford University Press. Frunciendo el cejo, lo miró por delante y por detrás.
Al cabo de unos minutos, recordó que Paul se lo había llevado a casa, diciendo
que lo había encontrado en su casillero del departamento.
«Un libro de texto sobre
historia medieval», había dicho.
Por curiosidad, ____ lo hojeó y
entre las páginas de la Tabla de Contenidos encontró una tarjeta de visita. Era
de Alan Mackenzie, representante de la Oxford University Press en Toronto. En
el dorso de la tarjeta, una nota manuscrita decía que estaría encantado de
ayudarla con sus libros de texto.
_____ estaba a punto de
cerrarlo y dejarlo en la estantería, cuando sus ojos tropezaron con una de las
lecturas referenciadas.
Las cartas de Abelardo y
Eloísa, Carta VI.
Las palabras de Tom resonaron
en su mente:
«Lee mi sexta carta, párrafo
cuarto», le había susurrado.
Con el corazón desbocado, pasó
las páginas y descubrió sorprendida que un grabado y una fotografía marcaban el
punto donde se encontraba la sexta carta.
«Pero ¿adónde me lleva mi vana imaginación? Ah, Eloísa, qué lejos
estamos de la paz de espíritu. Tu corazón arde con el fuego fatal que no puede
extinguirse y el mío está lleno de conflictos e inquietud. No creas, Eloísa,
que estoy disfrutando de la paz perfecta. Quiero abrirte mi corazón por última
vez. No he logrado olvidarme de ti. Aunque lucho contra la excesiva ternura que
me inspiras, mis esfuerzos son en vano, ya que soy consciente de tu dolor y
querría compartirlo. Tus cartas me conmueven. No puedo leer con indiferencia
las letras que ha escrito tu querida mano. Lloro y suspiro y apenas logro
ocultar mi debilidad ante mis alumnos. Ésta, infeliz Eloísa, es la miserable
condición de Abelardo. El mundo, que suele equivocarse en sus apreciaciones,
cree que vivo en paz. Se imagina que mi amor por ti buscaba sólo la
gratificación de los sentidos y que te he olvidado. ¡Cómo se equivocan!»
____ tuvo que leer el párrafo unas cinco veces antes de que
el mensaje calara en su mente aturdida. Se fijó en el grabado. Era La
disputa por el alma de Guido de Montefeltro.
Le resultaba
familiar, pero no acababa de entender qué quería decirle Tom con esa
ilustración.
Abrió el
ordenador portátil para buscar información sobre ella, pero en seguida recordó
que no tenía acceso a Internet en el apartamento.
Cogió su
teléfono móvil, pero se había quedado sin batería y no se acordaba de dónde
había dejado el cargador. Volvió a abrir el libro y se fijó en la fotografía
que acompañaba la ilustración. Era una foto del huerto de manzanos de la casa
de los Clark. En el dorso había una nota manuscrita de Tom:
Para mi
amada.
Mi corazón
es tuyo, al igual que mi cuerpo.
Lo mismo
que mi alma.
Siempre te
seré fiel, Beatriz.
Quiero ser
el último.
Espérame...
Cuando se
recuperó de la impresión, sintió la necesidad irrefrenable de hablar con él. No
importaba que fuera casi medianoche ni que la calle Mount Auburn estuviera
completamente a oscuras. Ni siquiera le importaba que Peet’s llevara horas
cerrado. Cogió el portátil y salió a toda prisa del apartamento. Si se sentaba
junto a la puerta de la cafetería, probablemente pudiese conectarse y enviarle
un correo electrónico.
No tenía ni
idea de qué iba a decirle. En esos momentos, sólo podía correr.
El vecindario
estaba en silencio. A pesar de la suave llovizna vespertina, un grupito de
estudiantes recorría la calle de al lado charlando y riendo. _____ cruzó de
acera, salpicando con sus chancletas sobre el asfalto húmedo. Ignoró las gotas
de lluvia que empezaban a empaparle la camiseta. Ignoró los relámpagos y los
truenos que se acercaban por el este.
En el centro
de la calle se detuvo, asustada, porque acababa de ver una silueta escondida
detrás del roble que había junto al café. El siguiente relámpago le reveló que
la silueta pertenecía sin lugar a dudas a un hombre.
A oscuras y medio
oculto por el árbol, ____ no lo reconoció. Ni se le pasó por la cabeza
acercarse a un extraño, así que se quedó inmóvil, ladeando la cabeza y aguzando
la vista mientras trataba de identificarlo.
En respuesta a
su indecisión, él salió de su escondite y avanzó hasta quedar bajo la luz de la
farola más cercana. Un relámpago iluminó el cielo en ese momento y ____ pensó
que el hombre parecía un ángel.
«Tom.»
CAP 43
Tom vio el dolor en sus ojos.
Fue lo primero en lo que se fijó. Parecía más mayor. Pero su belleza, que nacía
de su bondad, era aún más arrebatadora que meses atrás.
De pie ante ____, se sintió
abrumado por la intensidad de su amor por ella. Todas sus preocupaciones se
desvanecieron. Llevaba un rato tratando de encontrar el valor necesario para
llamar a su puerta y suplicarle que lo dejara entrar. Cuando pensaba que no
podía aguantar más, ____ había salido corriendo de la casa y se había detenido
en medio de la calle, como una cierva cegada por los faros de un coche.
Tom llevaba tiempo imaginándose
cómo sería su reencuentro. Algunos días era lo único que le permitía seguir
adelante. Ella seguía inmóvil, sin acercarse. La desesperación se apoderó de
él. Varios desenlaces le cruzaron la mente, pero ninguno era bueno.
«No me eches de tu lado», le
rogó en silencio. Pasándose la mano por el pelo, inquieto, trató de apartarse
de la cara los mechones mojados.
—______. —No pudo disimular el
temblor en la voz. Lo estaba mirando como si hubiera visto un fantasma.
Antes de poder decir nada más,
oyó un ruido que se acercaba. Al volverse en esa dirección, vio que era un
coche. Ella seguía petrificada en medio de la calle.
—¡_____, muévete! —le gritó,
agitando los brazos.
Pero ella ignoró su aviso y el
coche pasó rozándola. Tom siguió corriendo hacia allá, sin dejar de agitar los
brazos.
—¡_____, sal de ahí ahora
mismo!
CAP 44 (PARTE
1)
____ no se
atrevía a abrir los ojos. Oía ruidos y su voz a lo lejos, pero no distinguía
las palabras. La lluvia le mojaba las piernas y los brazos, pero tenía la cara
protegida por un pecho fuerte y sólido, un pecho que pertenecía a un cuerpo que
la rodeaba como una manta.
Abrió los
ojos.
La atractiva
cara de Tom estaba surcada por arrugas de preocupación, pero en sus ojos había
un brillo de esperanza. Con el pulgar, le secó la mejilla, sin saber si la
tenía mojada por las lágrimas o por la lluvia.
Durante unos
instantes permanecieron mirándose en silencio.
—¿Estás bien?
—susurró él finalmente.
____ lo observaba
muda, sin entender nada.
—No pretendía
asustarte. He venido tan pronto como he podido.
Sus palabras
atravesaron finalmente la confusión que se había apoderado de la mente de ella.
Soltándose de su abrazo, le preguntó:
—¿Qué estás
haciendo aquí?
Él frunció el
cejo.
—¿No es obvio?
—No, al menos
no para mí.
Tom suspiró,
frustrado.
—Es uno de
julio. He venido lo antes posible.
____ negó con
la cabeza y dio un paso atrás.
—¿Qué?
—Ojalá hubiera
podido venir antes —insistió él, con una sonrisa.
La expresión
desconfiada de ella lo decía todo. Los ojos entornados, los labios fruncidos,
la mandíbula apretada.
—Sabías que
había renunciado a mi plaza. Sin duda sabías que volvería.
_____ abrazó
el portátil contra su pecho.
—¿Y por qué
iba a saberlo?
Tom abrió
mucho los ojos y, por un momento, no supo qué decir.
—¿Pensabas que
no volvería aunque hubiera dejado el trabajo?
—Eso es lo que
uno tiende a pensar cuando su amante se marcha de la ciudad sin ni siquiera una
llamada de teléfono de despedida. Y también cuando éste le envía un correo
electrónico impersonal, diciéndole que las cosas entre ellos han terminado.
El semblante
de él se ensombreció.
—El sarcasmo
no te sienta bien, _____.
—Y las
mentiras no le sientan bien a usted, profesor.
Tom dio un
paso hacia ella.
—Entonces,
¿hemos vuelto a la casilla de salida? ¿Volvemos a ser _____ y el profesor?
—Según lo que
contaste en la vista, las cosas nunca pasaron de ahí. Tú eras el profesor y yo
la alumna. Tú me sedujiste y luego me abandonaste. Lo que no me dijeron los
miembros del comité fue si habías disfrutado al hacerlo.
Él maldijo
entre dientes.
—Te mandé
mensajes, pero preferiste no hacerles caso.
—¿Qué
mensajes? ¿Las llamadas que nunca hiciste? ¿Las cartas que nunca
escribiste?
Aparte de ese correo electrónico, no he sabido nada de ti desde que me llamaste
Eloísa. Por no hablar de los mensajes que yo te dejé. ¿Los escuchaste antes de
borrarlos o los borraste directamente? No te molestaste en responder, igual que
no te molestaste en avisarme de que te marchabas de la ciudad. ¿Tienes idea de
lo humillante que fue enterarme de que el hombre que en teoría estaba enamorado
de mí había salido huyendo de Toronto para no verme?
Tom se llevó
una mano a la frente para concentrarse.
—¿Qué me dices
de la carta de Abelardo a Eloísa y de la fotografía del huerto? Dejé el libro
en tu casillero personalmente.
—No tenía ni
idea de que me lo hubieras enviado tú. Acabo de verlo hace unos minutos.
—Pero ¡te dije
que leyeras la carta de Abelardo! —balbuceó, con una expresión horrorizada—. Te
lo dije a la cara.
_____ sujetó
el ordenador con más fuerza.
—No. Lo que
dijiste fue «Lee mi sexta carta». Y lo hice. En ella me decías que me pusiera
un jersey, que había refrescado. —Lo miró furiosa—. Y tenías razón. Todo se
había enfriado.
—Pero te llamé
Eloísa. ¿No era evidente?
—Oh, desde
luego. Aplastantemente obvio —replicó ella—. Eloísa fue seducida y abandonada
por su profesor. Me pareció cruel, pero muy esclarecedor.
—Pero el
libro... —repitió, suplicándole con la mirada—. La foto...
—La he
encontrado esta noche, mientras desembalaba los libros. —La expresión de _____
se suavizó al recordar la nota—. Hasta esta noche pensaba que te habías cansado
de mí.
—Perdóname —se
disculpó él. Sabía que esas palabras eran insuficientes e inadecuadas, pero le
salían del corazón—. Yo... ______... necesito explicarte...
—Deberíamos
entrar en casa —lo interrumpió ella, mirando hacia las ventanas de su
apartamento.
Tom levantó el
brazo para cogerle la mano, pero lo pensó mejor y lo dejó caer de nuevo.
Mientras
subían la escalera, la tormenta se hizo más fuerte. Al entrar en el
apartamento, se fue la luz.
—Me pregunto
si será sólo aquí o en toda la calle.
Tom murmuró
algo, sin saber cómo ayudar, mientras ella cruzaba el salón y abría las
cortinas para que entrara algo de luz de fuera. Pero las farolas también se
habían apagado.
—Si quieres,
podemos ir a algún sitio donde haya luz —dijo él, apareciendo de repente a su
lado y sobresaltándola—. Lo siento —se disculpó, sujetándola del brazo.
—Preferiría
que nos quedáramos aquí.
Él resistió el
impulso de insistir, sabiendo que no estaba en condiciones de imponer su
opinión. Mirando a su alrededor, preguntó.
—¿Tienes una
linterna? ¿O velas?
—Las dos
cosas, creo.
Tras encontrar
la linterna, ______ le dio una toalla a Tom para que se secara, mientras ella
se cambiaba de ropa en el baño. Cuando regresó, él estaba sentado en el sofá,
rodeado por media docena de velas, artísticamente colocadas sobre los muebles y
en el suelo.
______ se fijó
en las sombras que bailaban en la pared, a su espalda. Parecían figuras
demoníacas, que trataran de aprisionarlo en el Infierno de Dante. Al mirarlo a
la cara, vio que las arrugas de la frente se le habían hecho más profundas y
que sus ojos parecían más grandes. Se notaba que hacía tiempo que no se
afeitaba. Había tratado de peinarse con los dedos, pero un mechón rebelde le
caía sobre la frente.
_____ había
olvidado lo atractivo que era. Había olvidado cómo, con sólo una mirada o una
palabra, podía hacer que le hirviera la sangre. Era tan guapo como peligroso.
Tom le ofreció
la mano para que se sentara a su lado, pero ella prefirió acurrucarse en el
rincón de enfrente.
—He encontrado
una botella de vino y la he abierto —la informó él, alargándole un vaso de vino
shiraz, barato.
A _____ la
sorprendió, porque en el pasado se habría negado a tomar un vino tan sencillo.
Ella bebió
varios sorbos, paladeándolo, mientras esperaba que Tom empezara a toser y a
quejarse por tener que tomar asquerosa agua sucia de la bañera. Pero no lo
hizo. De hecho, no probó el vino. Se la quedó mirando y su mirada bajó hasta
quedarse clavada en su pecho.
—¿Has cambiado
de instituto?
—¿Cómo?
Tom señaló la
camiseta que se había puesto, en la que se leía «Boston College».
—No. Es un
regalo de Paul. Estudió en Boston, ¿recuerdas?
Él se tensó.
—Yo también te
regalé una camiseta —dijo, más para sí mismo que para ella.
______ bebió
otro sorbo, deseando que el vaso estuviera más lleno.
Tom no se
perdió detalle, con la mirada clavada en sus labios y su cuello.
—¿Todavía
tienes mi sudadera de Harvard?
—Cambiemos de
tema.
Él se removió
inquieto en el sofá, pero no pudo apartar la vista de _____. Ansiaba recorrer
su cuerpo con las manos y unir sus bocas.
—¿Qué opinas
de la Universidad de Boston?
Ella lo miró
con recelo. Su mirada desinfló la seguridad de Tom, que se mordió el labio.
—Katherine
Picton me dijo que fuera a presentarme al especialista en Dante del
Departamento de Lenguas Romances de esa universidad, pero aún no he encontrado
el momento. He estado ocupada.
—Entonces,
tendré que llamarla para darle las gracias.
—¿Por qué?
Él dudó.
—Yo soy el
nuevo especialista en Dante de la Universidad de Boston.
Tom esperaba
una reacción, pero no hubo ninguna. _____ permaneció inmóvil, mientras la luz
de las velas proyectaba sombras sobre su preciosa cara.
Él se echó a
reír sin ganas y le sirvió más vino.
—Bueno, no era
exactamente la reacción que esperaba.
_____ bebió un
nuevo sorbo y a continuación murmuró algo entre dientes.
—Entonces
—dijo finalmente—, ¿te vas a quedar aquí?
—Eso depende
—replicó Tom, sin apartar su ardiente mirada de las letras de su camiseta.
______ estuvo
a punto de cubrirse los pechos con los brazos, pero se obligó a dejarlos a los
lados.
—Ahora soy
catedrático —prosiguió él—. El Departamento de Estudios en Lenguas Romances no
tenía un programa de posgrado de Italiano, pero la universidad quería atraer
alumnos al nuevo programa sobre Dante, así que mi asignatura también será
válida para el programa de Religión. —Echando un vistazo a las sombras que lo
rodeaban, Tom negó la cabeza—. Irónico, ¿no crees? —añadió—. Un hombre que se
ha pasado la vida huyendo de Dios, acaba como profesor en una carrera de
Religión.
—He visto
cosas más raras.
—Estoy seguro
—susurró él—. Habría dimitido en Toronto, pero eso habría causado un escándalo.
Pero en cuanto te graduaste, ya estaba libre para aceptar la plaza aquí.
Ella ladeó la
cabeza, dejando el lóbulo de la oreja al descubierto. Tom vio con tristeza que
no llevaba los pendientes de Grace.
______, que
había estado reflexionando sobre sus palabras, preguntó al fin:
—¿Y qué tiene
de especial la fecha del uno de julio?
—Hoy acaba mi
contrato con la Universidad de Toronto. —Tras aclararse la garganta,
prosiguió—: Leí tus correos electrónicos y escuché tus mensajes de voz, pero
esperaba que encontraras el mensaje en el libro. Lo dejé en tu casillero
personalmente.
Ella seguía
pensando sus palabras. Su silencio no implicaba que estuviera aceptando sus
excusas; sólo que no quería discutir. Al menos, de momento.
—Siento
haberme perdido tu graduación. —Tom bebió un poco de vino—. Katherine me envió
fotos. —Carraspeó—. Estabas preciosa. Eres preciosa.
Se sacó el
iPhone del bolsillo y se lo ofreció. _____ lo cogió, curiosa, y vio que tenía
una foto suya como fondo de pantalla, con la ropa de graduada, dándole la mano
a Katherine Picton.
—Me la envió
ella —explicó, al notar la confusión de _______.
Ésta empezó a
revisar el resto de las fotos del teléfono de Tom, con decisión pero con el
estómago encogido. Vio fotos de su viaje a Italia y otras de la pasada Navidad,
pero ninguna de Paulina. Tampoco había fotos de otras mujeres. De hecho, todas
eran de ______, incluso las más provocativas que le había hecho en Belice.
Estaba
sorprendida. Después de pasar meses convencida de que él no quería saber nada
de ella, ese cambio de actitud era demasiado brusco para que pudiera asimilarlo
de golpe. Le devolvió el iPhone.
—¿Te llevaste
la foto de los dos bailando en Lobby?
Él alzó las
cejas, sorprendido.
—Sí, ¿cómo lo
sabes?
—Me di cuenta
de que faltaba cuando fui a buscarte a tu casa.
Él trató de
cogerle la mano, pero ella la apartó.
—Cuando volví
al piso, vi allí tu ropa. ¿Por qué no te la llevaste?
—De hecho, no
era mi ropa.
Tom frunció el
cejo.
—Por supuesto
que era tu ropa y sigue siéndolo si la quieres.
Ella negó con
la cabeza.
—Créeme, ______.
Quería tenerte a mi lado. La foto era un sustituto muy pobre.
—¿Me querías a
tu lado?
Sin poder
contenerse, Tom le acarició la mejilla, sintiéndose muy aliviado al ver que no
se encogía ni se apartaba.
—No he dejado
de desearlo en ningún momento.
______ se echó
entonces hacia atrás, con lo que él se quedó acariciando el aire.
—¿Tienes la
menor idea de lo que se siente cuando la persona a la que quieres te abandona
no una vez, sino dos?
Tom apretó los
labios.
—No, no lo sé.
Lo siento. Perdóname. —Espero unos instantes, pero al ver que ella no decía
nada, siguió hablando—: Así que Paul te regaló esta camiseta. ¿Cómo está?
—Muy bien, ¿y
a ti qué te importa?
—Es mi alumno
—respondió él, formal.
—Como yo, en
otros tiempos —replicó ______ con amargura—. Deberías escribirle. Me dijo que
no sabía nada de ti.
—¿Así que has
hablado con él?
—Sí, Tom, he
hablado con él.
Ella se soltó
la coleta y se pasó los dedos entre los mechones mojados.
Él observó,
extasiado, cómo la cascada de pelo oscuro y brillante se derramaba sobre sus
delgados hombros.
—Me duele el
pelo.
—No sabía que
el pelo pudiese doler —contestó Tom con una resplandeciente sonrisa, antes de
acariciárselo. Al cabo de un momento, cambió de expresión al recordar lo que
había pasado en la calle—. Podían haberte hecho mucho daño, allí parada en
medio de la calzada.
—Menos mal que
no he soltado el portátil. Tengo todo mi trabajo ahí guardado.
—Habría sido
culpa mía, por sorprenderte. Debía de parecer un fantasma, empapado y merodeando.
—No estabas
merodeando. Y no parecías un fantasma. Parecías otra cosa.
—¿Qué parecía?
Ruborizándose,
_____ guardó silencio.
Tom la
observó. Aunque había poca luz, su rubor no le pasó inadvertido. Deseaba
sentirlo bajo sus palmas. Pero no quería ir demasiado de prisa.
Ella hizo un
gesto vago con la mano y cambió de tema.
—Paul sugirió
que guardara una copia de seguridad en un lápiz de memoria, para no perder la
información si le pasa algo al ordenador, pero hace tiempo que no lo actualizo.
Al oír la
segunda mención a su antiguo ayudante de investigación, él reprimió un gruñido
y una exclamación peyorativa. Se volvió hacia ella.
—Estaba
convencido de que pensarías que me pondría en contacto contigo después de la
graduación.
—¿Y si así
fuera? El día de la graduación pasó y seguí sin saber nada de ti.
—Ya te lo he
dicho, tenía que esperar a que acabara mi contrato, el uno de julio.
—No quiero
seguir hablando.
—¿Por qué no?
—Porque no
puedo decir las cosas que quiero decirte, mientras estás sentado en mi sofá.
—Ya veo —dijo
él, lentamente.
_____ se
removió inquieta, luchando con las ganas que tenía de lanzarse a sus brazos y
decirle que todo estaba bien.
Porque, en
realidad, las cosas entre ellos no estaban bien. Y si no por él, al menos tenía
que ser honesta por ella misma.
—Ya te he
robado demasiado tiempo —dijo Tom, derrotado. Levantándose, miró hacia la
puerta y de nuevo a _____—. Entiendo que no quieras hablar conmigo, pero espero
que me concedas una última oportunidad antes de decirme adiós.
Ella enderezó
los hombros.
—Tú no me la
diste. No me dijiste adiós con una conversación. Te despediste follándome
contra una puerta.
Él se le
acercó rápidamente.
—No digas eso.
Ya sabes lo que pienso de esa palabra. No vuelvas a usarla cuando hables de
nosotros.
CAP 44 (PARTE
2)
Allí estaba de
nuevo el profesor Kaulitz, quitándose el disfraz del Tom penitente. Aunque a _____
le molestó su tono de voz, estaba familiarizada con sus cambios de humor y
sabía que no tenía nada que temer de él. Ignorándolo, se levantó, dispuesta a
acompañarlo a la puerta.
—No te dejes
esto —le recordó, señalándole el iPhone.
—Gracias. _____,
por favor...
—¿Cómo está Paulina?
La pregunta
quedó suspendida en el aire, como una flecha.
—¿Por qué lo
dices?
—Me preguntaba
si os habríais visto a menudo durante estos meses.
Tom se guardó
el teléfono en el bolsillo.
—La vi una
vez. Le pedí que me perdonara y le deseé que le fuera muy bien la vida —afirmó
con decisión.
—¿Eso es todo?
—¿Por qué no
me preguntas directamente lo que quieres saber, ______? —Apretó mucho los
labios—. ¿Por qué no me preguntas si me acosté con ella?
—¿Lo hiciste?
—preguntó ella, cruzándose de brazos.
—¡Por supuesto
que no!
Su respuesta
fue tan rápida y vehemente que _____ dio un paso atrás. Estaba indignado y lo
demostraba apretando los puños.
—Tal vez he
debido ser más concreta. Hay muchas cosas que un hombre y una mujer pueden
hacer sin acostarse —añadió ella, alzando la barbilla, desafiante.
Tom se obligó
a contar hasta diez. No podía perder los estribos en ese momento.
—Me doy cuenta
de que tu visión de mi ausencia y la mía son muy distintas, pero puedo
asegurarte que no he buscado la compañía de otras mujeres. —Con expresión más
calmada, añadió—: He estado a solas con tus fotografías y mis recuerdos, ______.
Han sido compañeros muy fríos, pero la única compañía que anhelaba era la tuya.
—¿No ha habido
nadie más?
—Te he sido
fiel en todo momento. Te lo juro por la memoria de Grace.
El juramento
los sorprendió a los dos. Al mirarlo a los ojos, ______ no dudó de su
sinceridad y suspiró aliviada.
Tom le cogió
la mano con suavidad.
—Hay muchas
cosas que debí haberte dicho. Te las diré ahora, si vienes conmigo.
—Prefiero
quedarme aquí —susurró ella y su voz adquirió un tono inquietante en la
penumbra.
—La _____ que
recuerdo odiaba la oscuridad. —Tom le soltó la mano—. Paulina está en
Minnesota. Se reconcilió con su familia y ha conocido a otra persona. Acordamos
que ya no le pasaría más dinero y nos deseó lo mejor.
—Te lo
desearía a ti.
—No. Nos lo
deseó a los dos. ¿No te das cuenta? Ella pensaba que seguíamos juntos y yo no
le dije lo contrario, porque para mí siempre hemos seguido juntos.
Fue como si
Tom hubiera cogido la flecha en pleno vuelo y le hubiera dado la vuelta,
encarándola hacia _____. No le había dicho a Paulina que estaba libre, porque,
en su mente, estaba comprometido. A ella le costaba admitirlo, pero la idea le
iba calando.
—No hay nadie
más. —Su voz sonaba sincera.
_____ apartó
la vista.
—¿Qué estabas
haciendo delante de una cafetería cerrada, en plena noche?
—Armándome de
valor para llamar a tu puerta —respondió él, dándole vueltas al aro de platino
que llevaba en el dedo—. Tuve que convencer a Rachel para que me diera tu
dirección. No fue fácil.
______ le miró
el anillo.
—¿Por qué
llevas un anillo de boda?
—¿Por qué
crees que lo llevo?
Tom se lo
quitó y se lo ofreció.
Ella no lo
cogió.
—Lee la
inscripción —le pidió él.
Insegura, _____
cogió el anillo y, acercándolo a una de las velas, leyó:
______, MI
AMADA, ES MÍA Y YO SOY SUYO.
A ella se le
hizo un nudo en la garganta. Rápidamente, le devolvió el anillo. Él se lo puso
en el dedo sin decir nada.
—¿Se puede
saber por qué llevas un anillo con mi nombre en él?
—Has dicho que
no querías hablar —la reprendió Tom suavemente—. Pero ya que al parecer podemos
hacer preguntas, ¿puedo preguntarte por Paul?
______ se
ruborizó y apartó la vista.
—Estaba en el
lugar y el momento adecuados para recoger mis pedazos.
Él cerró los
ojos y respiró hondo para no ceder a la tentación de decir algo mordaz, que
sólo serviría para alejarla más.
—Perdóname
—dijo, abriendo los ojos—. Este anillo tiene un compañero más pequeño. Los
compré en Tiffany el día que compré el marco de plata para la ecografía de
Maia.
»Sigo pensando
que eres mi otra mitad. Mi bashert. A pesar de nuestra separación, en ningún
momento se me ha pasado por la cabeza estar con otra mujer. Te he sido fiel
desde que me dijiste quién eras, el octubre pasado.
De repente, a
_____ le costó mucho respirar.
—Tom,
desapareces sin avisar, pasas meses en paradero desconocido y ahora, de
pronto...
Él la miró
comprensivo, deseando abrazarla, pero ella seguía manteniendo las distancias.
—No tenemos
que hablarlo todo esta noche. Pero si puedes soportarlo, me gustaría que
volviéramos a vernos mañana —le pidió él, con una mirada melancólica.
Ella levantó
los ojos el tiempo justo para responder.
—De acuerdo.
Tom soltó el
aire, aliviado.
—Bien. Mañana
seguimos hablando pues. Que descanses.
_____ asintió,
abriendo la puerta de la casa. Al pasar por su lado, Tom se detuvo.
—¿_______?
Estaba muy
cerca. Demasiado cerca. Ella levantó los ojos hacia él.
—¿Me permites
que... te bese la mano? —le preguntó con timidez.
A _____ le
recordó a un niño pequeño.
Se lo
permitió, pero al verlo inclinado ante ella, no pudo resistir el impulso de
besarlo en la frente. De repente, Tom la rodeó con los brazos y la besó.
Aunque
mientras la besaba le costaba pensar en nada más, se concentró en transmitirle
con los labios y con todo su cuerpo que era sincero, que no la había
traicionado, que la amaba.
Cuando ella le
devolvió el beso con la misma pasión, Tom gimió.
Con un
esfuerzo de contención, interrumpió el beso con delicadeza. Cuando ______
aflojó el abrazo, él le mordisqueó el labio inferior antes de besarla en ambas
mejillas y en la punta de la nariz.
Al abrir los
ojos, vio que el rostro de ella estaba embargado por varias emociones al mismo
tiempo.
Le acarició el
pelo húmedo y la miró con deseo.
—Te quiero.
Mientras se
marchaba, _____ permaneció en silencio.
El beso de Tom
no la ayudó a mantenerse firme en su decisión, pero no se arrepentía de haberlo
besado. Había sentido curiosidad por saber cómo sería después de tantos meses y
la había sorprendido lo familiar que le había resultado. En segundos, conseguía
que el pulso se le acelerara y que le costara respirar.
La amaba, no
cabía duda. Lo había notado. Ni siquiera él, con todo su encanto y sus modales
impecables, podía mentir con sus besos.
Le notaba algo
distinto. Parecía menos salvaje, más vulnerable. Por supuesto, seguía perdiendo
la paciencia de vez en cuando, y el profesor nunca se alejaba demasiado, pero Tom,
su Tom, había cambiado. Lo que no sabía era cómo ni por qué.
A la mañana
siguiente, la luz había vuelto y _____ puso a cargar el móvil. Llamó a su jefe
en Peet’s y le dijo que no iría a trabajar ese fin de semana porque no se
encontraba bien. Al hombre no le hizo ninguna gracia, ya que era el fin de
semana del Cuatro de Julio, pero no podía hacer nada.
Después de una
larga ducha —una ducha que pasó soñando con los labios de Tom y con recuerdos
reprimidos de ambos juntos—, se sintió mucho mejor. Le envió un correo a
Rachel, contándole que su hermano había vuelto y se le había declarado.
Una hora más
tarde, sonó el teléfono. Pensó que sería Rachel, pero era Dante Alighieri en
persona.
—¿Cómo has
dormido? —le preguntó alegremente.
—Bien, ¿y tú?
Tom hizo una
pausa.
—No tan bien
como... Bueno, tolerablemente, supongo.
_____ se echó
a reír. Ése era el profesor que recordaba.
—Me gustaría
enseñarte mi casa.
—¿Cómo?
¿Ahora?
—No hace falta
que sea ahora, pero sí hoy, a ser posible. —Parecía estar esperando una
negativa.
—¿Dónde está?
—En Foster
Place, cerca de Longfellow’s House. La situación es perfecta para estudiar en
la Universidad de Harvard; no tanto para la Universidad de Boston.
_____ frunció
el cejo, confusa.
—Si no es
cómoda para trabajar en Boston, ¿para qué la has comprado?
Tom carraspeó.
—Pensé que...
quiero decir que esperaba que... —Las palabras le fallaban—. Es pequeña, pero
tiene un jardín muy bonito. Me gustaría saber qué te parece. —Carraspeó otra
vez y ella habría jurado que se estaba tirando del cuello de la camisa—. Siempre
podría buscar otra.
_____ no supo
qué decir.
—Si has
dormido bien, ¿hablarás conmigo?
Ella no
recordaba haberlo oído nunca tan nervioso ni tan inseguro.
—Por supuesto,
aunque no por teléfono.
—Tengo que
pasar por la universidad para ver mi nuevo despacho, pero no me llevará mucho
tiempo.
—No hay prisa
—lo tranquilizó ______.
—Sí la hay
—replicó él, con un susurro ardiente.
Ella suspiró.
—Iré esta
tarde.
—Ven a cenar.
Te pasaré a buscar a las seis y media.
—Iré sola.
Tomaré un taxi. —_____ interrumpió el silencio que siguió a sus palabras diciéndole
que tenía que irse.
—Bien —replicó
él, tenso—. Si prefieres venir en taxi, estás en tu derecho.
—Voy a
mantener la mente abierta hasta que hayamos hablado. Te pido que hagas lo mismo
—dijo ella en tono conciliador.
Tom no había
perdido del todo las esperanzas, pero poco le faltaba. No estaba nada seguro de
que ____ fuera a perdonarlo. Y, aunque lo hiciera, el monstruo de los celos lo
martirizaba. No sabía cómo reaccionaría si ella le confesaba que se había
refugiado en Paul en un momento de debilidad y se había acostado con él.
«¡Maldito
follaángeles del demonio!»
—Por supuesto
—dijo.
—Me ha
sorprendido tu llamada. ¿Por qué no me llamaste antes?
—Es una larga
historia.
—Seguro que
sí. Nos veremos esta noche.
______ colgó,
deseando escuchar esa historia.
Cuando _____
llegó al nuevo hogar de Tom, se lo quedó mirando asombrada. Era una casa de
madera de dos plantas, con una fachada sencilla, pintada de gris marengo con el
borde exterior más oscuro. Casi no había jardín en la parte delantera; sólo un
rectángulo asfaltado donde dejar el coche.
En un correo
electrónico donde le daba la dirección exacta, Tom le había enviado un enlace a
la página de la inmobiliaria en la que se veía la casa. El valor de la misma,
construida antes de la segunda guerra mundial, superaba el millón de dólares.
De hecho, la calle entera había sido un barrio de inmigrantes italianos que se
habían construido unas casitas de dos plantas hacia 1920. En esos días, la
calle estaba ocupada por jóvenes de buena familia, por profesores de Harvard y
por Tom.
Mientras
contemplaba la sobria elegancia del edificio, ______ negó con la cabeza.
«Así que esto
es lo que puedes conseguir con un millón de dólares en este vecindario.»
Al acercarse a
la puerta, vio una nota manuscrita de Tom.
______:
Por favor, reúnete conmigo en el jardín.
T.
_____ suspiró,
porque de pronto fue consciente de que la noche que tenía por delante iba a ser
muy difícil. Rodeó la casa y ahogó una exclamación al llegar al jardín trasero.
Todo estaba lleno
de flores y arbustos. Había plantas acuáticas y setos de boj elegantemente
recortados. En el centro distinguió lo que parecía la tienda de un sultán. A la
derecha de la misma había una fuente con una estatua de Venus y bajo la fuente,
un pequeño estanque con lo que parecían carpas rojas y blancas.
______ se
acercó a la tienda y echó un vistazo al interior. Y lo que vio la entristeció.
Porque dentro
había una cama cuadrada, exactamente igual al futón de terraza de la suite que
habían compartido en Florencia. La suite donde habían hecho el amor por primera
vez. La terraza donde él le había dado fresas con chocolate y donde habían
bailado bajo las estrellas con música de Diana Krall. El futón donde habían
hecho el amor a la mañana siguiente.
Tom había
tratado de reproducir todos los detalles, hasta las sábanas.
La voz de
Frank Sinatra sonaba desde algún lugar cercano y en cada superficie plana había
una vela. Lámparas marroquíes colgaban de cables que cruzaban el techo.
Era un
escenario de cuento de hadas. Era Florencia y su huerto de manzanos y un cuento
de las mil y una noches. Por desgracia para ______, el extravagante gesto
suscitaba una cuestión obvia: si había tenido el tiempo suficiente para
preparar ese decorado perfecto, ¿no podía haber dedicado un momento a avisarla
de que iba a volver?
Él la estaba
observando con el corazón desbocado. Se moría de ganas de abrazarla y besarla,
pero la rigidez de su espalda le indicó que _____ no apreciaría sus caricias en
ese momento. Así que se acercó cautelosamente.
—Buenas
noches, ______ —la saludó con un susurro suave como el terciopelo, inclinándose
hacia ella desde atrás.
______, que no
lo había oído acercarse, se estremeció ligeramente. Tom le acarició los brazos
arriba y abajo, teóricamente para quitarle el frío, aunque el gesto resultaba
muy erótico.
—Bonita música
—comentó ella, apartándose un poco.
Él le tendió
la mano, en una muda invitación. Con cautela, _____ colocó la mano sobre la suya.
Tom le besó los nudillos antes de soltarla y mirarla de arriba abajo.
—Estás
impresionante, como siempre.
Disfrutó de la
visión de ella vestida con un sencillo vestido negro y una bailarinas asimismo
negras, que contrastaban con sus piernas, pálidas pero bien torneadas. Al
volverse hacia él, la brisa del atardecer le revolvió el pelo.
—Gracias.
______
esperaba que le hiciera algún comentario sobre los zapatos, ya que se había
quedado mirándolos un poco más de lo que era educado hacer. Se había puesto
zapatos planos porque eran más cómodos, pero también como una manera de
reafirmar su independencia. Sabía que a Tom no le gustarían. Sin embargo, él
sonrió.
______ se fijó
entonces en que iba vestido más informalmente de lo que era habitual en él, con
unos pantalones caqui, una camisa de lino blanca y una chaqueta, también de
lino, azul marino. Aunque sin duda la sonrisa era su complemento más atractivo.
—La tienda es
preciosa.
—¿Te ha
gustado?
—Siempre me
preguntas eso.
Su sonrisa
perdió intensidad.
—Antes
apreciabas que fuera un amante considerado.
______ apartó
la vista.
—Ha sido un
gesto muy bonito, pero habría preferido una llamada telefónica hace tres meses.
Pareció que Tom
iba a decir algo, pero cambió de opinión.
—¿Dónde están
mis modales? —murmuró y ofreciéndole el brazo, la acompañó hasta una mesa
redonda, metálica, como las de restaurante, situada en un rincón del patio.
Estaba
iluminada por lamparitas blancas que colgaban de las ramas de un arce cercano. _____
se preguntó si habría contratado a un decorador para la ocasión. Tom le retiró
la silla y la ayudó a sentarse. Entonces ella se fijó en que el centro de mesa
estaba hecho con enormes gerberas rojas y anaranjadas.
—¿Cómo has
montado todo esto? —preguntó, desdoblando la servilleta y colocándosela sobre
el regazo.
—Rebecca es
una maravilla. Un modelo de la diligencia propia de Nueva Inglaterra.
_____ lo miró
curiosa, pero él no tuvo que explicarle nada, porque la mujer hizo su aparición
para servir la cena.
El ama de
llaves era alta y poco atractiva y llevaba el pelo canoso recogido en un severo
moño. Sus ojos, grandes y oscuros, brillaban con una pizca de travesura.
Suponía que Tom
le habría contado sus planes respecto a ella, al menos en parte.
A diferencia
de la ambientación y de la música, que eran perfectas, la cena fue bastante
sencilla para lo que Tom estaba acostumbrado: crema de langosta, una ensalada
con pera, nueces y queso gorgonzola, mejillones al vapor con patatas fritas y,
por último, una gloriosa tarta de arándanos con helado de limón ácido.
Tom le sirvió
el champán, el mismo Veuve Cliquot que le había ofrecido la primera vez que
cenó en su piso de Toronto. Aunque no había pasado ni un año, esa noche parecía
muy lejana.
Durante la
cena hablaron de temas seguros, como la boda de Rachel o la novia de Scott y su
hijo. Él le comentó las cosas que le gustaban de la casa y las que le
disgustaban, prometiéndole enseñárselas más tarde. Ninguno de los dos tenía
prisa por tocar temas más personales.
—¿Tú no bebes?
—preguntó _____, al ver que se servía solo agua.
—Lo dejé.
Ella alzó las
cejas, sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque estaba
bebiendo demasiado.
—Cuando
estabas conmigo no bebías demasiado. Me juraste que no volverías a
emborracharte.
—Precisamente.
______ lo miró
con atención y vio que sus palabras escondían una experiencia desagradable.
—Pero te
gustaba beber.
—Tengo una personalidad
adictiva, _____, ya lo sabes —admitió, antes de cambiar de tema.
Cuando Rebecca
les sirvió el postre, ambos intercambiaron una mirada cómplice.
—¿No hay tarta
de chocolate esta noche?
—Non, mon ange—susurró Tom—. Aunque nada me
gustaría más que alimentarte.
Ella sintió
que se ruborizaba. Sabía que no era buena idea seguir por ese camino antes de
haber hablado de todo lo que necesitaban aclarar, pero al ver la mirada
ardiente que él le dirigía, dejó de parecerle importante.
—Me encantaría
—dijo en voz baja.
Él sonrió como
si el sol hubiera vuelto a iluminar la Tierra después de una larga ausencia.
Con un rápido gesto, movió la silla y se sentó a su lado. Muy cerca. Tan cerca
que _____ sintió su aliento en el cuello y se estremecio.
Quitándole el
tenedor de la mano, Tom cortó un trozo de tarta y una porción de helado y se
los ofreció juntos.
Al ver el
deseo en los ojos de ella, se olvidó de respirar.
—¿Qué pasa?
—preguntó _____, alarmada.
—Casi había
olvidado lo preciosa que eres.
Acariciándole
la mejilla con la mano que tenía libre, llevó la tarta hasta sus labios.
______ cerró
los ojos y abrió la boca y, en ese momento, Tom se sintió eufórico. Sí, era un
detalle casi sin importancia, pero era una muestra de confianza y eso era lo
que más necesitaba en ese momento. Una muestra de confianza que hizo que el
corazón se le acelerara.
Al notar el contraste
de sabores, ______ gimió y abrió los ojos.
Tom no pudo
seguir conteniéndose. Se inclinó hacia ella hasta que sus labios quedaron casi
unidos y susurró:
—¿Puedo?
Cuando ______
asintió, la besó. Ella era la luz y la dulzura, la amabilidad y la bondad, el
objetivo de todas sus búsquedas en este mundo, el fuego y la fascinación. Pero
no era suya y por eso la besó con delicadeza, como aquella primera vez en su
huerto de manzanos, enredándole los dedos en el pelo. Luego se echó hacia atrás
para verle la cara.
Un suspiro de
satisfacción escapó de los labios de ______, rojos como los rubíes, mientras
permanecía flotando, con los ojos cerrados.
—Te quiero
—dijo Tom.
Ella abrió los
ojos bruscamente. En su mirada se reflejaba una emoción intensa, pero no le
devolvió las palabras.
Cuando hubieron
terminado el postre, Tom sugirió que tomaran el café en la tienda y le dijo a
Rebecca que no la necesitarían más.
La noche había
caído sobre aquel rincón del edén y, como si del mismo Adán se tratase, Tom
acompañó a una Eva ruborizada a su refugio.
______ se
quitó los zapatos y se acurrucó en un rincón del futón, mordiéndose las uñas
nerviosa, mientras Tom encendía las lámparas marroquíes.
Se tomó su
tiempo para hacerlo, ajustando la intensidad de las lámparas hasta conseguir
una luz suave y sugerente. Luego encendió varias velas en distintos rincones de
la tienda y finalmente se tumbó en el futón, con la cabeza apoyada en las
manos, para contemplarla a placer.
—Me gustaría
que habláramos de lo que pasó —dijo ella.
Tom la escuchó
con atención.
—Cuando
apareciste frente a mi casa, no sabía si besarte o darte una bofetada —confesó
en voz baja.
—¿Ah, no?
—murmuró él.
—No hice ni
una cosa ni la otra.
—No está en tu
naturaleza ser vengativa. Ni cruel.
Tras respirar
hondo, _____ empezó a hablar. Le contó que le había roto el corazón al no
responder a ninguno de sus mensajes. Le contó la sorpresa que se llevó al
encontrar su piso vacío; la amabilidad de su vecino y de la profesora Picton.
Le habló de sus sesiones con Nicole.
Mientras lo
hacía, ______ daba vueltas a la cucharilla del café y no se dio cuenta de lo
mucho que sus palabras estaban alterando a Tom.
Al mencionar cómo
el libro de texto había acabado ignorado en la estantería, él maldijo a Paul.
—No te permito
que hables así de él —dijo ______, enfadada—. No es culpa suya que tú
decidieras mandar tu mensaje en un libro de texto. ¿Por qué no elegiste un
ejemplar de tu biblioteca? Tal vez así lo habría reconocido.
—Me habían
ordenado que me mantuviera alejado de ti. Si hubiera dejado un libro de mi
biblioteca personal, alguien se habría dado cuenta. Ya me arriesgué al usar ese
libro y dejarlo en tu casillero de noche. —Resopló frustrado—. ¿No te dijo nada
el título?
—¿Qué título?
—El matrimonio
en la Edad Media: amor, sexo y lo sagrado.
—¿Y qué
querías que me dijera? Que yo supiera, habías jugado conmigo como si fuera
Eloísa y me habías abandonado. No tenía ninguna razón para creer otra cosa.
Tom se le
acercó con los ojos en llamas.
—El libro era
esa razón. El título, la foto del huerto, la imagen de san Francisco tratando
de salvar a Guido da Montefeltro... —Hizo una agónica pausa cuando se le quebró
la voz—. ¿Te habías olvidado de nuestra conversación en Belice? Te dije que
iría al infierno a salvarte si fuera necesario. Y eso es lo que hice.
—No sabía que
habías tratado de ponerte en contacto conmigo. No miré dentro del libro porque
no sabía que me lo habías enviado tú. ¿Por qué no me llamaste?
—No podía
hablar contigo —murmuró—. Me dijeron que te entrevistarían antes de que te
graduaras y que descubrirían si había tratado de ponerme en contacto. Eres una
mujer deliciosa, ______, pero pésima mintiendo. Tuve que conformarme con los
mensajes en clave.
Ella no pudo
ocultar su sorpresa.
—¿Sabías que
me entrevistarían?
—Sabía muchas
cosas, pero no podía contártelas. De eso se trataba.
—Rachel me
dijo que no perdiera la fe, que no desesperara. Pero necesitaba oírlo de tu
boca. La última noche que pasamos juntos, nos acostamos pero no me dijiste ni
una palabra. ¿Qué iba a pensar?
No pudo
contener las lágrimas por más tiempo, pero antes de que pudiera secárselas con
la mano, Tom tiró de ella y la abrazó. Apretándola contra su pecho, la besó en
la cabeza.
Por alguna
razón, al sentirse rodeada por sus fuertes brazos, lloró con más sentimiento.
Él la acarició.
—Mi orgullo
fue mi perdición. Pensé que podría cortejarte mientras eras mi alumna y salirme
con la mía sin que hubiera consecuencias. Me equivoqué.
—Pensé que
habías renunciado a mí a cambio de mantener tu trabajo —admitió ella, sin
ocultar el dolor que había sentido durante esos interminables meses—. Cuando vi
que te habías marchado de casa sin despedirte... ¿Por qué no me avisaste?
—No podía.
—¿Por qué no?
—Perdóname, _______.
Te juro que no quería hacerte daño. Siento muchísimo todo por lo que has tenido
que pasar. —La besó en la frente—. Tengo que contarte lo que pasó. Es una
historia larga y sólo tú conoces el final.
HOLA!!! BUENO .... GRIITEN DE FELICIDAD!!! YA SE REENCONTRARON ... YA NO HABRAN MAS LAGRIMAS!!! :D ... BUENO YA ... MUCHA EMOCION ... ESPERO Y LES ESTEN GUSTANDO LOS MARATONES xD ...BUENO, SIN MAS Q DECIR ME DESPIDO ... QUE ESTEN BIEN Y QUE TENGAN BONITO DIA Y NOCHE :)) SI VEO 4 O MAS COMENTARIOS LES AGREGO SINO NO ... HASTA PRONTO
Queee!!? Nooo??!! Esa carta lo explica todoooo!! "ESPERAME". Esa nota era muy muy importantee!!
ResponderBorrarPero igual rayita hazte de rogar y a desear!! ..
Esta hermosaa ya al fin no sufrimientos noo??
Subee Virgii.. Creo que estoy muriendo con cada capituloo.. . ;)
OMGGGG ..........que encuentro :O yo tambien opino lo mismo (tn) deberia haserlo rogar despues de todo lo que paso por su culpa
ResponderBorrarespero que suba pronto *-*
:O leyó la carta y al rato ella y Tom se reencontraron quien lo diría, osea esa carta lo explica todo con lujo de detalles me alegro q hayan podido hablar :) y q bueno q no habra mas lagrimas, quiero una escena erótica y ardiente entre ellos me fascina esta fic :) sube los próximos caps virgiii pleaseeee me muero x leerlos amo tu fic!!!! ella le dará una ultima oportunidad??? y q pasara con Paul?? estoy muy intrigada..
ResponderBorraralfin *-* se encontraron omg que lindo lo que el hiso en su casa :O que pase trabajo tom ahora para que (tn) lo perdone jumm *-*
ResponderBorrarsube prontoo me muero por leer ahaha
ya estan los comentarios sube pronto *-*
Cuando subes en mi dulce tentacion??
ResponderBorrar